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De alguna manera existirá cierta lógica que pueda explicar por qué la palabra ámbar ha adquirido significados diferentes, no sólo a nivel de uso cotidiano sino también a nivel de uso específico en perfumería. Históricamente ambra/ambre se usaba para designar lo que hoy llamamos ámbar gris, que ganó su apellido de gris para diferenciarlo del amarillo en algún momento de la época moderna.

La etimología de la palabra viene del vocablo árabe ´anbar que significa lo que flota en el agua; en origen designaba al cachalote pero el uso acabó extendiéndose también a la sustancia que este animal regurgita en el mar, y que al madurar da lugar al preciado ámbar gris, típico de latitudes en torno al Mar Rojo, el sudeste de la India o Sumatra. Es importante anotar que la masa endurecida del ámbar gris puede contener restos de los cefalópodos mal digeridos por el cachalote pero que no se difundió por Europa hasta época medieval. Mientras kahruba (de donde deriva cárabe) que significa lo que atrae la paja aparece en las fuentes árabes como palabra para designar a la resina fosilizada de color amarillento-dorado. El ámbar amarillo recibió distintos nombres en diferentes épocas y culturas, pero en algún momento en la Edad Media se dejaron de usar las palabras de origen griego, latino o vernáculo en favor del vocablo árabe. El problema es que la misma palabra se usaba para nombrar sustancias diferentes. Cuestión de polisemia.

Los griegos llamaban al ámbar (amarillo) elektron, palabra relacionada con el adjetivo elektor: brillante, por su particular color dorado y su transparencia. Aparece en La Odisea (IV):

Telémaco: Observa, ¡oh Nestórida carísimo a mi corazón!, el resplandor del bronce en el sonoro palacio, y también el del oro, del electro, de la plata y del marfil. Así debe de ser por dentro la morada de Zeus Olímpico. ¡Cuántas cosas inenarrables! Me quedo atónito al contemplarlas.

Los filósofos de la Antigüedad elucubraban bastante acerca de su formación y localización original. Sabían que se trataba de una exudación que sufría una especie de solidificación inmediata, no pensaban en términos de fosilización. Nicias, sin embargo, apuntaba una idea interesante. Según este autor, el ámbar era un jugo de la tierra que al verse sometida a la acción de fuertes rayos solares generaba un untuoso residuo del que luego saldría el sólido ámbar.

Admiraban su color, su brillo y algunas de sus propiedades más intrigantes, descritas por Platón en El Timeo. Ya hacia el 600 A.C. Tales de Mileto había observado que frotando el ámbar contra la piel o con lana podía separar pequeñas descargas (efecto triboeléctrico) y esto atraía objetos como plumas, polvo o incluso tierra; frotando mucho tiempo surgían chispas. No fue hasta el s. XVII con William Gilbert ( De Magneta) que se comprobó como esa electricidad estática no era una propiedad exclusiva del ámbar, sino una característica de varios materiales que podían producir un fenómeno peculiar que él llamó electricus.

En el mito de las Helíades que Ovidio recoge en Las Metamorfosis (LibroII) encuentra expresión la explicación más difundida: que la exudación provenía de los árboles. El mito habla de álamos, sólo Plinio apuntó que podía venir de los pinos. Además, tal como recoge el texto, creían que el líquido resinoso rodaba por el tronco del árbol hasta caer al río, donde se solidificaba. Era frecuente que se encontraran ejemplares de elektron en ríos y lagos, incluso corrían leyendas sobre lagos de cuyo fondo cubierto de ámbar emanaba un luminoso resplandor cuando los rayos solares atravesaban sus aguas…

Es importante recalcar la vinculación simbólica del elektron con el sol: las lágrimas (la resina de los árboles) las derraman las hijas de Helios -dios del sol-, así que participan de la naturaleza solar y en Grecia eran los ejemplares de color anaranjado rojizo los más apreciados. El ámbar como gema representa lo solar y lo espiritual. No hay que olvidar que esta resina fosilizada tenía un tacto cálido, mientras que el de los minerales es frío. Esto fue una característica muy valorada. El ámbar, a lo largo de los siglos acabó desarrollando fama de talismán mágico con cualidades curativas.

Tras la caída del Imperio romano, también la ciencia decayó en Occidente, quedando replegada a centros monásticos donde el saber se construía de manera más insular. No fue hasta que la ciudad comienza a resurgir como núcleo del comercio durante la Baja Edad Media, que se renueva el interés por la ciencia de forma más sistemática. No obstante, durante la Cruzadas, el contacto con el mundo árabe fue muy frecuente. Sicilia y Al -Andalus fueron enclaves comerciales dinámicos que permitieron además mantener vivos los conocimientos de la Antigüedad que, gracias a las traducciones, habían quedado conservados en los reinos islámicos.

En ese contexto de contacto cultural y comercial fue en el que se dejaron de usar los términos propios con que en cada lengua se designaba esta resina semifosilizada (elektron, succino, bernstein, bitumen, etc) y se generalizó el uso del vocablo árabe, ámbar. No es difícil imaginar que este fenómeno de polisemia tuviera su razón de ser en que tanto el ámbar gris como el amarillo compartían características singulares:

-Ambos sufrían un proceso de solidificación en el agua y con frecuencia eran encontrados en las orillas de ríos, lagos o del mar -especialmente tras las tormentas-.

-Ambos tenías restos animales en su interior, toda una curiosidad.

-Ambas sustancias al calor desprenden un olor con reminiscencias amaderadas, si bien el ámbar gris es seco y exótico mientras el amarillo es dulce y con matices de resina.

-Los dos materiales se usaban en medicina, incluso de forma conjunta en algunos casos. El Libro de la Almohada (s.XI) del médico andalusí Ibn Wafid recoge varias recetas para tratar corazón, estómago. hígado o humor misántropo.

-El ámbar del Mar Báltico más característico tiene un color amarillo lechoso y es más opaco debido al mayor contenido en ácido sucínico; un ámbar gris maduro va adquiriendo esa tonalidad incluso tiene vetas doradas.

Estos materiales resultaban preciados tesoros y con los dos se negociaba a lo largo de las grandes Rutas comerciales. Funcionaban como amuletos medicinales y eran medicamentos simples usados en múltiples formulaciones. Reyes y cortesanos tenían por costumbre llevar objetos perfumados con ámbar gris tipo pomander para eliminar miasmas en el ambiente, también era frecuente llevar collares de cuentas de la resina dorada para proteger de problemas respiratorios o las copas con incrustaciones de ámbar amarillo capaces de revelar el veneno en una bebida…

Ya en el 3000 a.C. el ámbar báltico era moneda de cambio para las transacciones con la Europa meridional y con el Lejano Oriente. La Ruta del Ámbar ( Oro del Norte) sirvió de conexión entre el Mar Báltico y zonas de Grecia, Italia, el Mar Negro y Egipto durante un período histórico muy extenso, lo que supone un gran intercambio económico y cultural bastante complejo. Por ejemplo, a partir del Mar Negro se podía continuar por el Caúcaso y enlazar con la Ruta de la Seda para comerciar en Asia. ¿Cuántos asentamientos no se habrán creado a raíz de esos movimientos? Los topónimos a veces los delatan, como en el caso de Berna que tiene la misma raíz que Bernstein -palabra alemana para ámbar-. La ciudad suiza era un importante lugar dentro de la ruta europea clásica.

Los griegos mezclaban elektro en polvo con miel y agua de rosas para tratar problemas de la vista. Calístrato apuntó que protegía de la locura y en Oriente se creía que su humo fortalecía el espíritu y daba coraje. Pero uno de los usos más consistentes fue el del Oleum Succini o aceite de ámbar para tratar problemas bronquiales y espasmos o como parte de los ingredientes de algunos preparados muy populares; es el caso del Eau de Luce, una esencia densa, opaca y de un color lechoso que a menudo era usada para los desvanecimientos -por ser más aromática que las sales al uso, la lavanda o el Agua de Hungría según reza la publicidad de la época- para síncopes, apoplejías o para la picadura de animales venenosos ( esto la hizo muy popular en Inglaterra). Era una preparación delicada, ya que sus principales características: olor y apariencia lechosa requerían una receta precisa. William Nicholson en un escrito de 1797 pone de manifiesto lo difícil que era encontrar la fórmula exacta y relata sus distintos experimentos con bergamota, macis o elemí como extras para cuadrar la fórmula. Pero parece claro que alcohol, amoníaco, aceite de ámbar y algún tipo de jabón eran usados para crean un producto concentrado que se tomaba diluído en agua o se usaba para hacer fricciones.

Hoy en día el aceite de ámbar rectificado se sigue usando en medicinas alternativas, no tanto en perfumería; pero lo cierto es que a pesar de no ser un aceite esencial propiamente dicho sino más bien una tintura, su uso tiene una larga tradición y puede rastrearse a través de formularios y tratados de farmacia al uso.

Hasta aquí algunos apuntes y anécdotas sobre la confusión del término ámbar en sentido general; el monográfico continuará con algo sobre la confusión del término en el ámbito de la perfumería. El problema de la polisemia, aunque a día de hoy sea estrictamente lingüístico, tiene un transfondo histórico y cierta coherencia, aunque no resulte evidente. Y en todo ese cúmulo de detalles sobre Historia de la Medicina, la Ciencia, los rituales, la Filosofía, el comercio o la Antropología conectados entre sí por el devenir histórico está la base de la Historia de la Perfumería.

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