Caracoles marinos de Olivia Parker (1980).
¿Qué es lo que nos atrae del perfume que elegimos? Pensándolo detenidamente, creo que en el fondo lo que buscamos es la sensación de algo infinito que deje espacio a nuestras ensoñaciones. Decía el director de cine Ernst Lubitsch ( Ser o no ser, Ninotschka) que el espectador siempre debía completar la historia y es que, en realidad, ese es un fenómeno natural de la percepción. Ante una figura geométrica incompleta, nuestro cerebro tiende a cerrarla. Percibimos atendiendo al orden, la proporción, la simetría, es decir, percibimos atendiendo a la pregnancia de las imágenes y cuando ésta es escasa, nosotros buscamos lo que falta. Aproximamos el objeto percibido al objeto idealizado.
Por eso podemos oler algo bastante sencillo pero dominado por moléculas características de la materia prima y decir que huele a la misma. Por ejemplo, podemos oler vainillina que es un componente principal de la vainilla -pero no el único- y hablar de olor a vainilla. La magia del perfume funciona creando esta ilusión de olor, que nosotros completamos en nuestra mente gracias a la base de datos que encierra nuestra memoria. Nuestra experiencia deriva de nuestra percepción. Y vice versa.
Con ese principio de la pregnancia funcionan los perfumes Montale: formas definidas con gran coherencia, facetas sencillas y equilibrio. Son características muy atrayentes que facilitan el recuerdo del olor, luego añaden elementos cálidos, textura y profundidad y eso atrapa los sentidos en una especie de espiral de delicias que conducen a la sensación de lo inabarcable.
Así que se puede encontrar esa sensación de perfume evocador también en cosas sencillas, ligeras pero matizadas, cristalinas y centelleantes, frescas, suaves o difusas. Para cada persona, en realidad, puede ser una cosa diferente aunque el punto en común es que algo sea rápido de identificar, que tenga una buena estructura.
Personalmente sólo algunos perfumes florales me brindan esa sensación de claridad, quizás porque retratar un aroma natural es muy complejo y siempre puedes descubrir carencias, mientras que los dibujos abstractos te permiten añadir algo personal. Pero hay un tipo de florales que me fascinan: los más elusivos y exóticos. Entre estos el frangipani es el más especial junto con la gardenia, pero también el ylang-yalng y el tiaré tienen la capacidad de conjurar la fantasía con ese aroma vago, difuso, atmosférico. Además estas flores suelen tener matices gourmand intensos y singulares.
Si el frangipani puede recordar al mazapán o a un dulce especiado con canela y vainilla y rebañado en agua de azahar , el tiaré en su perfil avainillado solar fusiona un intenso dulzor floral con una faceta muy cremosa que hace pensar en leche de coco e higos. Y esta particularidad gourmand es la que resalta Intense Tiaré.
El perfume recuerda al monoï, ese aceite sagrado resultado de macerar en aceite de coco la flor del tiaré (Gardenia tahitensis). Como decía, de esta flor toma su particular dulzor concentrado y avainillado usando en la base una bonita y profunda nota de vainilla, aprovechando la calidez del absoluto. Del aceite de coco hace una versión embellecida, más lactónica, para transformar la base tradicional del monoï en una nota de leche de coco, algo que aporta una cremosidad casi mantecosa al perfume. El toque de clasicismo lo da el acorde rosa-jazmín, cristalino y algo afrutado, embebido por el hipnótico ylang-ylang para crear esa sensación de volumen floral típicamente tropical, con un acabado dulce y empolvado pero radiante unido a delicados elementos verdes más aéreos que evocan en la mente una imagen de delicadas gardenias.
Mediante un lenguaje más moderno, de notas más ligeras y limpias Intense Tiaré crea un perfume tropical, dulce y suave, cálido y muy balsámico, de acabado redondo. Un perfume correcto, a la vez que sugerente, que trae a mi mente el mismo tipo de exotismo sofisticado que destilan las novelas de Agatha Christie cuando transcurren lejos de Inglaterra. Por cierto, perfectas lecturas de verano.
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