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Aprender a manejar el léxico específico de la perfumería lleva un tiempo porque implica un proceso de aprendizaje muy específico: el de los olores. No existiendo una métrica universal del olor para describir la sensación que percibimos a través de la nariz debemos valernos de palabras y aquí comienza el problema.

Un proceso de andamiaje interno, de construcción de referencias para poder describir cada tipo de olor es lo que implica ese aprendizaje. Al final, dos personas con ya cierta experiencia en el tema pueden discrepar respecto al olor de un mismo material; sus características personales y su forma de aprender son la base de estas divergencias. Aunque hay elementos que caracterizan un aroma y los expertos suelen coincidir en ellos, los matices con que se rodea el núcleo más característico varían. Cierto es que hay materias primas muy redondas y facetadas mientras otras son muy uniformes, pero incluso la referencia que se utiliza para aprender a memorizar ese aroma puede variar de sujeto a sujeto.

Ese primer paso de prender el olor en la memoria mediante una imagen o comparación con otro objeto es el más básico y necesario. Por ejemplo, al principio, podemos fijarnos en el aspecto más dulce y gustativo de la vainilla reconociendo el material porque nos recuerda a un postre pero, poco a poco, el aroma se revela como algo más complejo y descubrimos que tiene notas frutales, recuerdos amaderados, incluso elementos de cuero y licor… El conocimiento del material aumenta con la experiencia y, tras un tiempo, lo que llamábamos vainilla -algo que nos hacía pensar en un postre- adquiere nuevas referencias, desbordando el esquema inicial.

La paradoja surge entonces: el material estudiado ya no se vuelve a percibir como antes, sino que se entiende como una realidad llena de matices y su olor característico adquiere más fuerza en la memoria, es decir, se reconoce con mayor precisión. Es un proceso comparable a la adquisición de un nuevo idioma desde el aprendizaje de las simples palabras al uso específico de expresiones, giros lingüísticos, etc.

La gente se pregunta por qué algunas personas pueden oler tantas cosas diferentes en un solo producto. La respuesta es experiencia. Tener interés por entender cada olor que nos rodea hace que la mente se pare analizar y, por ende, a comparar. Al principio puede haber comparaciones vagas, el contacto continuado con la mayor variedad posible de materiales es lo que ayuda a afinar. Y es un proceso continuo.

No obstante a la hora de comunicar algo a los demás el léxico se empaña. No sólo por el nivel de experiencia sino también por la carga emocional de un aroma. Lo que nos transmite un olor es ya una cuestión biográfica.

Un punto aparte es la cultura de cada pueblo. Un ejemplo muy bonito de uso cultural y aprendizaje de matices está en la comida. Pongamos por caso las especias; en Occidente su uso es bastante tímido si lo comparamos con los platos de Oriente Medio o de la India donde las personas están más que acostumbradas a estos aromas y son capaces de hacer apreciaciones muy finas distinguiendo cada matiz a la perfección. Otro ejemplo más peninsular es el aceite de oliva. Quienes están acostumbrados a cocinar con otros aceites vegetales encuentran el de oliva muy fuerte y dominante, pero merece la pena probar un aceite de primera presión y de máxima calidad para saber hasta que punto es fino su paladar. Es una experiencia memorable degustar un aceite de oliva de gran calidad y encontrar un fino, delicado y prolongado sabor a almendra sin sensación grasa en la boca. Una experiencia, esa es la cuestión. Un día encuentras algo que te hace recordar ese sabor singular y, entonces, puedes establecer la comparación. Otra cosa es si al compartir con otra persona dicha sensación la comparación sigue funcionando.

Ahí radica el problema. La falta de experiencias comunes dificulta la comunicación, por eso las clasificaciones, las ruedas de olor, los vocabularios específicos son útiles para crear un espacio común que nos ayude a ser más precisos. Ahora ¿cómo manejar la idea común para expresar algo personal? Eso ya es una cuestión de creatividad pero compartir un léxico es importante y por esa razón bajo el epígrafe Niebla en las palabras iré editando entradas dedicadas a explorar términos descriptivos cuyo uso específico en perfumería se asocia a materias primas concretas que luego sirven de referencia. Serán términos más específicos como lactónico, fenólico o más comunes pero que pueden adquirir un valor específico en el campo de la perfumería dando lugar a bastante confusión, como en el caso del adjetivo balsámico.

Pero antes de terminar esta entrada de presentación insistir de nuevo en que cada persona puede describir un mismo olor de modo diverso y, además, puede describirlo atendiendo a distintos niveles de realidad. Por ejemplo, un olor puede ser etiquetado de cítrico o amaderado porque en conjunto -valga la redundancia- recuerda al frescor de los cítricos o a la sequedad de las maderas pero también puede apelar a la percepción de otros sentidos como el tacto (sedoso, áspero) o del gusto (dulce, amargo. salado). Este es un nivel básico en la descripción pero también está el efecto psicológico que el aroma produce (narcótico, estimulante). Y todo ello hace referencia a un mismo hecho y es que las personas nos esforzamos en describir algo tan intangible como es el olor porque golpea nuestros sentidos y despierta nuestra imaginación.