Los nombres pueden contener una gran sabiduría. Son reveladores del pensamiento. Dar nombre a las cosas es un arte, no sólo es elegir una palabra y una sonoridad, es también la posibilidad de revelar algo implícito y generar ideas.
Los idiomas opacos que utilizan ideogramas basan la lectura en el significado. No puedes leer una palabra si primero no sabes lo que significa, por eso son culturas tan visuales y desarrollan una gran facilidad para expresar ideas o emociones de forma gráfica, mediante trazos y dibujos.
En la antigua China la orquídea silvestre (Lan Hua) que florece en primavera recibió el sobrenombre de «la belleza solitaria del valle tranquilo». La palabra Lan fue ampliando su significado y adquiriendo propiedades de adjetivo; a veces usada para formar expresiones relativas a la amistad profunda, la que se forma compartiendo los mismos gustos, una idea de raíz confuciana pues el filósofo comparaba la verdadera amistad con el perfume de la orquídea.
En primavera, el arroyo está verde y claro, las orquídeas en la orilla emiten una agradable fragancia cuyo aroma exhala hasta la lluvia. Du Mu (803-852), poeta de la dinastía Tang.
Para Confucio la orquídea también representa la virtud pues florece en el bosque emitiendo una dulce fragancia sin que nadie la aprecie igual que el hombre (maestro) virtuoso mantiene sus creencias independientemente de lo que otros piensen. La flor representa la «serenidad que acompaña a un espíritu diáfano y humilde».
Por su dulce, sutil y tenaz aroma la orquídea significa amor y belleza, serenidad y refinamiento, nobleza y humildad, inocencia y fertilidad. En la pintura oriental a la tinta ( Sumi-e) es uno de los motivos principales que todo principiante debe aprender y se asocia a la primavera.
La otra cara de la moneda es su sensualidad. A la flor y su tubérculo se le atribuyen propiedades afrodisíacas, a lo largo y ancho de este mundo existen indicios de que diferentes culturas la usaban y la usan para inducir el deseo y mejorar la fertilidad. En la cultura de la Antigüedad Clásica la flor era considerada alimento de sátiros y en la Europa medieval abundaban los filtros de amor a base de orquídea. De alguna manera, con esta flor, la idea latente siempre es la belleza, ya sea en su dimensión más sensual o más espiritual.
Pero la orquídea como la belleza es evasiva. Existen cientos de especies, de diferentes tamaños y colores, capaces de crecer en selvas tropicales o en parajes alpinos y profundos valles. A esta variedad adaptativa también responde su olor. Hay orquídeas sin olor, orquídeas con delicados olores vainillados, orquídeas de fragancia alimonada, orquídeas narcóticas o con olor a ámbar, orquídeas que recuerdan a la rosa, a la freesia o al lirio de los valles, incluso orquídeas de olor repulsivo. Así que en perfumería el término orquídea carece de contenido concreto. Es un cliché, una forma convencional de decir que el bouquet o la faceta floral están construidos usando salicilatos, una familia de olores variados que contribuyen a dar un tono floral poco preciso pero expansivo con matices verdes, medicinales o ligeramente grasos.
Un perfume de orquídea propiamente dicho es una rareza y los pocos que se hacen no suelen ser fácilmente aceptados. lo más típico es crear una orquídea vainillada ya que, al fin y al cabo, la vainilla -que es una nota universalmente aceptada- procede de una bonita orquídea tropical llamada Vanilla planifolia de delicado olor balsámico. Se adornan con una cálida pero abstracta sensación floral y se ofrecen como algo exótico y femenino. Así es como estas flores se convierten en algo convencional, en una idea prefijada y sufren del mismo mal que las rosas que pese a tener olores muy variados en la naturaleza, el público sólo suele identificar su olor por un tipo de tonalidad muy concreta, la que ofrecen los perfumes que recuerdan al agua de rosas comercial -un producto que pocas veces tiene que ver con el auténtico hidrolato de rosas-.
En la creación de Baiser Fou, Mathilde Laurent invirtió tiempo en buscar una orquídea de olor interesante en la que inspirarse, aunque no optó por una demasiado diferente a lo que habitualmente la perfumería ofrece como tal- esto es, como algo suavemente balsámico- sí que, al menos, implica un interés por especificar un modelo concreto de orquídea: una diminuta Oncidium Twinkle cuyo olor fluctúa entre el suave cacao y la tersa vainilla. Esta es la referencia natural.
El punto de partida es Baiser Volé: un perfume que combina una faceta empolvada algo retro con el estudio detallado del olor de la azucena y un acabado refinado muy Lady like ya que el perfume no llama la atención sobre sí mismo sino que permite ver a la persona que lo lleva. Esta es una clave en el estilo que Mathilde Laurent imprime en los perfumes de Cartier, consiguiendo adaptar su visión artística al estilo de la firma. Sus creaciones asumen riesgos con audacia y expresan suntuosidad a la vez que parecen sencillas.
Pero lo mejor es que no se reserva este buen hacer sólo para la colección más niche de Cartier, la expresa en todos sus perfumes. Baiser Fou es un gran ejemplo, está lleno de riesgo y creatividad.
Si Baiser Volé desprende clasicismo, Baiser Fou sigue en esta línea pero es más transgresor. Interesante que podamos clasificarlo como un floral-frutal con faceta gourmand, el colmo de la tendencia mainstream, porque está lejos de adaptarse al gusto dominante.
Sí, si comenzara hablando de frutos rojos jugosos, vainilla y chocolate blanco estoy segura que muchas personas decidirían rápidamente que no merece la pena probarlo. ¿Y si añado que también tiene una faceta cosmética de barra de labios…o es de gloss?
Aprender a oler es un ejercicio de objetividad y consciencia que exige oler con la nariz, no con la mente. Claro que el marketing nos empuja continuamente a oler con la mente, pero de esto no tienen culpa los creadores de perfumes.
Baiser Fou sorprende y de una forma un poco difícil de explicar. Es en cierto modo juvenil y delicado pero también es intenso y desprende una fortaleza que bien puede expresar esa idea de apasionamiento que encierra su nombre.
La base del perfume es balsámica y con un rastro de esos acentos verdes que facetan el perfume desde el principio. Es un verdor singular, dulce a la vez que herbal, que hace más profundo el acorde frutal del perfume.
En la salida las notas fluctúan entre ese verdor y tonalidades intensamente rosadas e intensamente afrutadas que recuerdan a las frambuesas, el litchi y el melón. En estos primeros momentos puede llegar a insinuar el húmedo y hechizante aroma de la flor de tilo o la frescura de la menta pero la faceta verde también aporta un efecto tónico y burbujeante, sutil y divertido, que equilibra el dulzor rosado del perfume.
El dulzor merece una mención aparte. Gran parte del tiempo es floral y afrutado como el dulce de membrillo y la jalea de rosas pero, en ocasiones, emerge como algo muy concentrado y cremoso potencialmente sofocante. En muy pocos perfumes se puede encontrar esta característica. Jungle L´Elephant de Kenzo también tiene esa particularidad auque ambos perfumes difieren en términos de olor y personalidad. El de Kenzo es especiado, amaderado y bombástico; el de Cartier atrevido y sofisticado.
Sin duda, esta cremosidad forma un nexo interesante entre la faceta floral rosada y el delicioso acorde gourmand en el que una fina vainilla matiza a un afrutado chocolate blanco y todo esto a su vez enlaza bien con el fondo balsámico. Todo está muy bien ligado.
Baiser Fou se recrea en algunos aspectos juveniles pero aspira a un acabado atemporal. Al final es puro púrpura, profundo rosa cálido y violáceo, todo impregnado de un exotismo mayestático. Muy Cartier.
(…)El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina la dueña, dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión (…)
Fragmento de Sonatina de Rubén Darío.
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