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Aprendemos muchas cosas por imitación como bien teorizó Albert Bandura con su concepto de aprendizaje vicario. No sólo absorbemos así pautas de comportamiento social o modos de resolver problemas o como pelar una manzana sino que también, por imitación, acabamos adquiriendo rasgos psicológicos más complejos casi sin darnos cuenta, sobre todo cuando intentamos expresar lo que creemos que es nuestra personalidad.
Puesto que conocerse a una misma es un largo y sinuoso camino, a menudo experimentamos y nos inspiramos en aquellas personas que para nosotros representan algo especial, nuestros iconos; pero a veces también nos dejamos llevar por la corriente porque no queremos quedarnos atrás. No deja de ser una trampa pero la presión por ser moderna es tan fuerte que es muy fácil y muy rápido llegar a ese punto. Lo gracioso es que la palabra modernidad puede ser muy vaga, de hecho, cada época o incluso década crea un estilo moderno diferente. Ahora toca el que las mujeres seamos jóvenes de una forma ideal a nivel físico y psicológico…no es algo exactamente avanzado pero parece que no basta con ser estilosamente modernas.
Porque lo vemos y lo entendemos, sabemos que vestirnos con prendas muy estructuradas y con un fuerte contraste de color nos hará parecer mayores al instante porque ese es un estilo de otra era en que las mujeres lucían curvas estructuradas y sus perfumes se presentaban antes que ellas. Sí, con los perfumes esa percepción también existe, y es incluso más acentuada e intolerante. Lo moderno hoy en día es la sensualidad etérea, aérea, ingrávida. Algo casi feérico sino fuera porque el culto actual no es hacia el matiz sino hacia la claridad y la simplicidad derivada del estilo nórdico.
Los códigos en perfumería también siguen la corriente para renovar su clientela buscando lenguajes afines a la idea de modernidad vigente. Muchos de los últimos lanzamientos tienen este objetivo de mercado y lo declaran abiertamente. Así encontramos un perfume tras otro carente de profundidad, con bajo nivel de contraste entre notas y por tanto con facetas más difíciles de caracterizar para que no se asocien con décadas pasadas. Aunque cuando se pretende ofrecer algo más de calidad se recurre a la fórmula del equilibrio; por ejemplo, en Poison Girl de Dior tenemos un dulzor azucarado muy actual envolviendo una rosa rosa, el tema es joven pero desprende carácter porque la estructura está muy elaborada. Twilly d´Hermès está en una tesitura opuesta: las notas de la composición son tan serias y tradicionales como la tuberosa y el sándalo -un clásico para representar femineidad y sofisticación- pero el acabado es ligero y casi desenfadado.
Parece un perfume juguetón y chispeante al principio, cuando revela un frescor tónico y vibrante, algo verde y afrutado que casi recuerda al ruibarbo e inmediatamente deja entrever una nota vivaz de jengibre fresco. Rápidamente también muestra pinceladas florales entre las que se reconoce un poco la tuberosa, al principio primorosa y mantecosa; pero a la vez es un cuerpo floral vago y familiar que evoluciona en la piel con matices indecisos y en el que tras un par de horas se evidencian asperezas de naturaleza sintética para acabar desembocando en algo bastante genérico.
Twilly d´Hermès -como tantos perfumes actuales- hace pensar en varias cosas a la vez, pero sus notas difusas y ligeras impiden concretar a qué recuerda exactamente. No se puede dejar de pensar que podría ser mejor, podría ofrecer algo más característico.
El giro en la estética de los perfumes Hermès con Christine Nagel es significativo, sus perfumes no son tan secos ni tan severos como algunos de los creados por Jean Claude Ellena impregnados de clasicismo y de raigambre abstracta, pero tampoco llegan a la exuberancia de 24 Faubourg. De la tabla de estilo Hermès mantiene en primera línea el frescor en todas sus variantes, esta claro que existe un interés por trabajar con tonalidades innovadoras en este aspecto y materiales de calidad no faltan pero su trabajo no se centra tanto en configurar un carácter como en conseguir que el perfume tenga un acabado suave y luminoso muy sensorial.
Twilly ejemplifica este cambio de estilo abiertamente juvenil. Hay un dulzor de fondo entre acaramelado, abizcochado y vainillado que no es pesado pero si patente y habla el lenguaje de lo gustativo. Cuando hueles el perfume lo que reverbera en tu mente no es la belleza del perfume sino lo familiar y fácil de usar que resulta porque realmente está lejos de ser un floral comprometido, denso o exigente pese a que la tuberosa sea la flor elegida como protagonista.
Esta flor de personalidad exultante y arrebatadora aquí se muestra con timidez como una flor solar, cremosa y etérea. Ligeramente melosa y con un toque indólico anaranjado muy sutil que crea una vaga impresión floral que al principio es cálida y acaramelada pero que se va con un toque de frialdad marina. Sus facetas muestran poco relieve pero mucho brillo y luminosidad.
Lo más destacable en Twilly d´Hermès es el singular frescor que aporta el jengibre al inicio del perfume. Es una primera impresión agradable de tonos cítricos alimonados mezclados con calidez apimentada sobre fondo goloso de tofe y de galleta. Este rasgo tonificante, ligero y a la vez cálido crea sensación de comodidad. Sin duda, su mejor baza.
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